domingo, 28 de junio de 2009

UN REQUIEM OPERISTICO


Einar Goyo Ponte


Hasta hace unos años pertenecí a un grupo de operófilos llamados el Club verdiano dei 27, en honor de Giuseppe Verdi y sus 27 óperas, particular selección que se hacía al descontar a dos de ellas por ser versiones corregidas de dos ya existentes y al agregar al Réquiem, como uno más de sus dramas musicales. Así despachan los appassionati verdianos el supuesto problema de si esta Misa de Difuntos es o no una ópera en latín y con estructura litúrgica.

Sin tomar partido por lo que me parece una discusión bizantina, como estudioso de la obra verdiana, encuentro particular placer en las sintonías musicales existentes entre el Réquiem y sus óperas: la Messa comparte el sonido de su etapa de madurez y anuncia el de sus dos últimas obras maestras, compuestas casi 25 años después. En sus melodías e instrumentación, se puede evocar a la inmediata Aida, en sus pasajes “místicos” del Acto I, y en la imponente escena del juicio a Radamés, con la imprecación final de Amneris, incluida; a Don Carlos, en la opresividad de las atmósferas relacionadas aquí a los pasajes que evocan la punición y la cercanía de la muerte, pero también en los grandes preludios de las arias de sus protagonistas, en particular las de Filippo y Elisabetta; a La forza del destino, por su evidente equivalencia con los cantos monásticos de la trama, y por la súplica de redención de la escena final; y a las escenas tenebrosas de Un ballo in maschera. Incluso el plantel vocal remite a ellas: el bajo es el mismo perfil de sus reyes, monjes o sacerdotes; el tenor tiene el mismo color de los héroes de estas óperas; la mezzosoprano tiene exactamente la misma vocalidad (e incluso frases similares) de su Amneris, y el hecho de que la soprano que estrenara la obra fuese la misma creadora de su princesa etíope y de su Forza del destino en Milán, confirma esta identidad.

En todo esto me entretuve pensando mientras escuchaba la mediocre versión del Réquiem verdiano, que nos deparara la Orquesta Sinfónica de Venezuela, bajo la vulgar, zafia y excesivamente terrena dirección de Irwin Hoffman (con concepciones metronómicas invertidas: lento y marcial el apocalíptico Dies Irae, mientras se apuraba en pasajes patéticos como el Lacrimosa y el crucial Libera me), y un apocado cuarteto vocal formado por los venezolanos Eleonora Troncone, soprano; la mezzo Katiuska Rodríguez, el barítono Juan Tomás Martínez, y el tenor invitado de México, Dante Alcalá.


Comencemos por el foráneo, quien cantó con timbre cubierto ya no por un velo, sino por una cortina, tal era su opacidad y forzamiento. Salvó misteriosamente el aria Ingemisco, pero arruinó el angélico Hostias, mientras era absolutamente sordo en los conjuntos.


Del patio sólo salvaremos a la mezzo Rodríguez, en una de sus mejores y más redondas interpretaciones, a despecho de cierta inexpresividad (el latín no es excusa para descuidar fraseos e intenciones) y de la lisura de ciertos pianissimi. Martínez, fuera de cuerda (como se dijo, la parte es de bajo, en la infalible psicología del rol y el color vocal verdianos), nasalizó sus líneas en extremo, y la Troncone convirtió su parte en la más incomprensible: esperar llegar al final para su apoteósico solo con el coro, en el desesperado y lacerante Libera me… y ¡no oírse!, pues con su timbre ligero, todas las líneas centrales, las mismas de las dramáticas Leonora, Elisabetta y Aida, fueron exiguas y arropadas por la sección de cuerdas que las dobla. Muy bellos sus pianissimi, pero cantar bien los agudos no lo es todo en la lírica.

El Coro del Teatro Teresa Carreño comenzó muy bien en el Introito, pero los desbalances orquestales de Hoffman y su pasión por la marca militar, los desdibujó desde el mismo Dies Irae, para no resucitar ya más de entre los muertos.


Aquí les cuelgo dos fragmentos de esta obra, que además de ser una de mis favoritas del maestro Verdi, es un compendio de drama y compasión por lo humano. El novelista italiano Alberto Moravia sabía ver esto muy bien, y llegó a compararlo con la terribilita miguelangelesca. Por eso, el primer video, cortesía de Vinteuil1, que une el Dies Irae con imágenes del Altar del Juicio Final de la Capilla Sixtina, en una versión dirigida por Sergiu Celibidache. En el segundo, para exorcizarlos de la ausencia de la Sra Troncone, oiremos a Angela Gheorghiu (tampoco la voz ideal para la parte, pero ayudada por el micrófono y la guía del Maestro Claudio Abbado, da el sonido exacto) en una recreación animada del Libera Me. La producción es de Kodomus. Ambos vienen cortesía de You Tube.





sábado, 20 de junio de 2009

CONCIERTOS CON CANDADO






Einar Goyo Ponte


Desde finales del año pasado ha estado aconteciendo una situación irregular en el terreno musical caraqueño, y paradójicamente, desde el mismísimo seno de la agrupación musical venezolana más exitosa, galardonada y reconocida internacionalmente: el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, que lidera el admirable José Antonio Abreu.

Pues resulta que bajo el pretexto de que no se ha inaugurado oficialmente ni el Centro Social de Acción para la música (creo que es así que se llama o algo por el estilo), ni la Sala Simón Bolívar, han estado presentándose allí una serie de conciertos con imponentes figuras nacionales e internacionales, bajo la excepcional e inusual etiqueta de “Conciertos privados”. Así, bajo el manto de ese misterio han actuado y dirigido cantantes y solistas nacionales e internacionales, y batutas de la talla de Gustavo Dudamel, Claudio Abbado y Helmuth Rilling, quien dirigiera el último de ellos este pasado sábado 9.
A estos especialísimos eventos no se invita a la prensa, al menos no a su parcela crítica, al menos no a quien firma estas crónicas (el único que en prensa de circulación nacional redacta frecuentemente crónicas de su quehacer regular o de sus productos discográficos), y si lo hicieran ni asistiría ni escribiría sobre ellos pues como leerán enseguida, estoy en franco y ético desacuerdo con la práctica y con comentar un concierto al cual el público no ha tenido las legítimas y paritarias oportunidades de asistir, pues tampoco se ponen entradas a la venta ni se publicitan. Cuando mucho la invitación es a un ensayo general, pero del concierto y su indudable valor artístico, estamos, junto con la mayoría del público, la juventud y los melómanos criollos, excluidos, para usar palabras hoy neurálgicas.

¿Quién financia estos lujos? ¿Entes o patrocinantes privados? ¿Es moralmente recomendable tal práctica, en estos tiempos tan socialistas, inclusivos y desconfiados de las buenas intenciones del capital privado? Pero más me inquieta que la respuesta sea otra y que las visitas de Abbado o Rilling las costée el mismo estado que respalda al Sistema de Orquestas, con lo cual la contradicción ética y artística sería anonadante. Porque, ¿a cuenta de qué, nuestro dinero (pues, al menos en teoría, los fondos nacionales nos pertenecen) se utiliza para financiar un concierto al cual la verdadera mayoría del público no puede entrar?



El argumento de que la sala no está aún técnicamente apta sería deleznable pues a comienzos de los años 80, cuando aún faltaba mucho para inaugurar la Sala Ríos Reyna, los melómanos atravesábamos escombros y andamios para descubrir a un fenómeno apenas naciente, la Sinfónica Juvenil Simón Bolívar, tocando en la Sala José Felix Ribas. ¿Acaso los privilegiados asistentes a estos conciertos clandestinos, secretos en la nueva sede de Quebrada Honda, son aficionados audaces que escuchan música a riesgo de sus propias vidas? No lo creo. ¿Tendría el Sistema, meritorio acreedor de preseas de iniciativa, y admiradores ansiosos de aprender la fórmula de su éxito, el prestigio que tiene hoy en el planeta, si se hubieran dedicado a ofrecer conciertos privados, sólo para una élite?
Ya se lo decía Billy Wilder a Jack Lemmon, en la voz y figura inolvidables de Joe E. Brown, al final de aquel clásico del cine, Some like it hot: Nadie es perfecto.






II


A raíz de mi entrega de la semana pasada, sobre los que llamara “Conciertos con candado”, tres voceros autorizados del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, quienes se cuentan entre mis mejores afectos, se me acercaron y partieron lanzas en su defensa. En respeto al derecho a la réplica transcribo aquí sus argumentos.

1. No se trata de “conciertos privados”, aunque así los haya calificado la nota de prensa del último de ellos, en El Universal del 9 de mayo de 2009; 2. La razón para no ofrecerlos públicamente es que no se le ha otorgado la permisología a la sala, por ende no pueden vender entradas ni publicitar nada. Además, técnicos de la mismísima Deutsche Grammophon están aún haciéndole inspecciones para una óptima acústica. 3. Los conciertos no cuestan un centavo: ni la orquesta, ni los directores (Abbado, Rilling, Dudamel), ni los solistas cobran honorarios, y al parecer nos visitan debido al don diplomático de Abreu y a la admiración que sienten por el Sistema. 4. El motivo principal de tales conciertos es darles la oportunidad a los jóvenes y niños músicos de comerciarse de cerca con estas leyendas vivas del arte contemporáneo, no satisfacer a privilegiados que por alguna razón accedan a la sala. 5. Vendrán más conciertos en esa tónica, con más afamados artistas.

Tomaré la última de estas informaciones para replantear mi visión: gratis o no, las grandes figuras de la música seguirán visitando Caracas y ni usted, lector, ni yo, las podremos apreciar. Sólo los vinculados (integrantes, músicos, benefactores, amigos, etc) al Sistema disfrutarán de ellos. Sin duda que es muy loable la idea de garantizar la mejor de las formaciones para nuestros chicos músicos, pero insisto en algo: en un país donde poder recibir a estos artistas es y será cada vez más difícil, donde desde febrero a mayo un Cd de música clásica se ha elevado hasta los Bs.F. 150, casi el triple de su viejo precio, ¿es saludable esta línea divisoria entre públicos? El artífice del milagro de las Orquestas Juveniles e Infantiles, gracias a quien, en el 30 aniversario, hace 4 años, le debemos la última gran legión de artistas clásicos que tocó nuestras costas, ¿no puede hacer que el público que se emociona con sus admirables chicos, el que llora con Dudamel, el que los percibe como un oasis en este atribulado país de anomias, desencuentros e inversión de valores, reciba también, con justicia, tan necesario y merecido bálsamo de cultura y reafirmaciones humanas?

Mientras tanto, nos enrojecimos las manos aplaudiendo un concierto abierto y excelente de la OSSB, con nuestro singular contrabajista Edicson Ruiz, al lado de su compañera de orquesta (en la Filarmónica de Berlín), la excepcional arpista francesa Marie-Pierre Langlamet, quienes, junto al joven virtuoso venezolano del cello, Daniel Arias, y el director Christian Vázquez, nos hicieron recorrer en dos horas le fin du siècle francés, aún romántico y ya impresionista, la melodía de corte operística italiana, la vanguardia europea y latinoamericana más rítmica y audaz, en obras de Saint-Saëns, Debussy, Rota, Bottesini, Ginastera y Oscher. La pulcritud de Arias, los legatissimi de Ruiz y la destreza vigorosa y delicada a la vez de Langlamet marcaron una velada impar.



DEL CARIBE A NEPTUNO


Einar Goyo Ponte

En un encomiable esfuerzo por dar a su orquesta una envergadura mayor, por hacerla equiparable a la actitud moderna, audaz, madura que signa a casi todas nuestras agrupaciones sinfónicas, mayores de 20 años, el maestro Luis Miguel González, director titular de la Orquesta Filarmónica Nacional, propuso, este pasado primer domingo de mayo un programa que nos catapultaba desde las ondas, las cadencias, la cultura y la elegancia caribeñas hasta los mismos confines del Sistema Solar.

Porque la “obertura” del concierto fue el Danzón No. 2, de Arturo Márquez, pieza de inmediato gancho en el público, y a la cual González decidió hacerle evidente para la audiencia, la intrínseca dificultad de la pieza, escondida en las bellas melodías y la magnética rítmica. Demostró la unidad de concertación, la sincronía entre secciones, e incluso se permitió subrayar elementos de corte camerístico, como en la eufonía entre piano y flauta piccolo, o entre el concertino y las maderas, en sugerentes momentos de contraste con la faramalla orquestal.



La sección concertante estuvo protagonizada por el joven flautista de 22 años, Alexis Angulo, quien interpretó el infrecuente concierto firmado por el compositor germano-danés Carl Reinecke (1824-1908), con una soltura, pulcritud, resolución en las agilidades, cristalinidad en el sonido y seguridad técnica, verdaderamente excepcionales. La obra, que en una primera escucha podría parecer el concierto para flauta que Brahms nunca escribió, tal es la impronta del tema inicial, no dispone una cadenza o solo para el ejecutante, pero se explica por los fraseos sostenidos y de franca inspiración melódica, sobre una orquestación nutrida, no siempre cómplice con el sonido natural del solista. En el Rondo final, la flauta prácticamente no cesa de tocar y se le reserva una acerada coda, que Angulo convirtió en su credencial indiscutible de dominio del instrumento, arrancando una merecida ovación del público.
En 1918, recién concluida la Primera Guerra Mundial, que fue el período que se tomó para componerla, Gustav Holst (Inglaterra 1874-1934) estrenó su Suite Los planetas, ambiciosa, atractiva y original obra, la cual intenta suscitar imágenes musicales de los compañeros de La Tierra en nuestro Sistema Solar, pero al mismo tiempo disertar del significado astrológico, simbólico y mitológico de sus nombres. Logra así una obra de múltiples lecturas y abordajes, que hoy llamaríamos multidisciplinaria. Uno de los detalles más interesantes me parece, el que aunque el concepto de cada planeta parte de su figura mitológica (Marte, el guerrero, Venus, la paz, Mercurio, el mensajero; Júpiter, portador de alegría, etc.), Holst logra, sin embargo, “inventar” una sonoridad espacial, galáctica, remota, extraterrena, mediante bitonalidad, disonancias, particulares combinaciones tímbricas, figuras rítmicas y arpegios, estructuras de compás que remiten a la impresión de rotación, o de atmósferas siderales.




González dirigió con suma meticulosidad esta ardua partitura, a veces con pulso muy lento, otras veces con desbalances tímbricos, pero cuidando detalles y cohesionando a sus huestes para dar una rotunda lectura, cuya cima fue alcanzada en los movimientos 4º y 5º, Júpiter y Saturno, por la riqueza tímbrica y la plasticidad. Bravi los ejecutantes de la percusión, quienes se lucieron en Urano, el mago, y la tecladista Alba Acone y las arpistas quienes ribetearon el clima planetario de confin galáctico e irreal de Neptuno, el místico.

domingo, 7 de junio de 2009

EL DIABLO, LA MUJER Y EL OPIO




Einar Goyo Ponte


Algo que siempre hemos valorado de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, desde su mismísima fundación en aquel período de oscurantismo, páramo e intolerancia cultural en el que un gobierno adeco o copeyano entregaba a nuestra intelligenza de izquierda los bienes culturales para que a su albedrío difundieran y editaran y produjeran y solazaran a los ciudadanos de la ciudad (¡Ah aciagos tiempos que ya no volverán!) hace 25 años, es su vocación didáctica, la cual la lleva a programar conciertos temáticos que ilustran con su repertorio todo un conjunto de ideas o estéticas, definidoras de una época o una cultura. Así además de entretener con la música profesionalmente ejecutada, se pone en contacto al oyente con un contexto y con una información que lo ayuda a entender mejor lo que escucha.


Así volvimos a encontrar esta vena en el concierto de este domingo 26 de abril en el Aula Magna de la UCV, dedicado a dos manifestaciones cruciales del romanticismo europeo. La primera, presentada por el pianista Sadao Muraki, quien hizo una interesante disertación de antesala, refería al virtuosismo concertístico de los solistas del siglo XIX, representado de manera arquetípica por Niccoló Paganini, demonio violinístico de la época, cuya destreza era tan asombrosa que fomentaba las leyendas y versiones más fantasiosas sobre su talento. Compuso seis conciertos para violín y orquesta, algunos de los cuales se creían perdidos hasta el siglo XX. Son piezas de inspirado melodismo, pero elemental orquestación, donde todo está elaborado para destacar los pasajes virtuosísticos solistas. El Segundo de la serie, titulado “La campanella”, por el tema y el instrumento desplegados en el último movimiento es emblemático de este formato. Así lo asumió el excelente ejecutante que es Alexis Cárdenas, a quien sin embargo sentimos menos incisivo y penetrante de lo que suele serle habitual, pues incluso en esta alternativa tutti orquestal-solo, su timbre sonaba tibio. El dominio del registro agudo permitió un Adagio líricamente elaborado y frases delicadas. No fue irreprochable, empero, la nota final en pianissimo y sobreaguda. Culminó con un impecable (salvo los desacuerdos con las campanillas) Rondó, con sus notas sul ponticello y la exactitud sorprendente de los pizzicati-staccati. Cómplice la dirección de Rodolfo Saglimbeni, a pesar de la discutible ortografía de algunos pasajes en el 2º y tercer movimientos.



La segunda parte del programa, ahora preludiada por la locución del director, contemplaba una obra singular, casi única en la literatura sinfónica, la Sinfonía fantástica, de Héctor Berlioz, obra programática, delirante, audaz, adelantada enormemente a su tiempo, genial de orquestación y de plasticidad, sugerente e inquietante a la vez. Salvo los poemas de Baudelaire, Verlaine o Rimbaud, no hay trance de opio más productivo ni alucinación amorosa más estimulante. Narrando los ensueños y las pesadillas de un artista enamorado inspirado por el fantasma de su amada esquiva, Saglimbeni, de memoria, siguió esta partitura con extrema pulcritud y precisión, en profundo trabajo de dinámicas y matices, en franca colaboración con secciones orquestales involucradísimas. La amada del músico es la idée fixe, ingeniosa prefiguración berliozana del leitmotiv wagneriano, un tema que se escuchará en todos los movimientos, manifestándose como la musa idílica de las fantasías del artista, sus fantamas eróticos, su motivo de desvelo y tormento hasta desdibujarse en grotescas figuraciones y deformaciones que la muestran diabólica e insana en el último movimiento. Pero, en el plano de la elección de velocidades para la expresión, Saglimbeni es la antípoda de Dudamel, y su atracción por los tiempos lentos hace que la música a ratos se le “duerma” o se le haga pesada y rimbombante, lo cual en una obra cargada de ironía y afiebrada fantasía no parece muy adecuado. El dislate dionisíaco de El sueño de una noche de aquelarre, último movimiento de la obra, no llegó jamás.
Les colgamos aquí el final del Concierto "La Campanella", en la versión del italiano Salvatore Accardo, tomado de la integral de los Conciertos paganinianos, con la London Philarmonic y la batuta de Charles Dutoit.




La Campanella - Salvatore Accardo